El Centro Cultural Borges del Ministerio de Cultura de la Nación presenta un ciclo de podcasts en los que el docente, editor y columnista Diego Sztulwark y el comunicador y docente Mariano Molina, dialogan acerca de los 40 años del comienzo del proceso democrático en nuestro país.
Estos intercambios fueron parte del Proyecto Ballena “Democracia e imaginación política en América Latina”.
Cada episodio convoca a la reflexión desde la experiencia política, social y cultural de cada entrevistado y entrevistada, en diálogo con la perspectiva generacional de los entrevistadores, y apostando a construir una periodización vinculada con hitos culturales, artísticos y sociales.
Participaron de las entrevistas el periodista Daniel Tognetti, la investigadora en comunicación y docente Natalia Vinelli, el ex cura y militante social Alberto Spagnolo, la militante Caren Teep, integrante del colectivo político Ciudad Futura, de Rosario, el historiador Javier Trímboli, la cineasta Albertina Carri y el ensayista Alejandro Horowicz. La producción estuvo a cargo de Denisse Altieri. Cada entrevista tiene una duración aproximada de una hora y media.
El ciclo de entrevistas había sido presentado en mayo pasado en el Centro Cultural Borges en la última edición del Proyecto Ballena y ahora se puede escuchar en el canal de Spotify del Centro Cultural.
Escucha el episodio 1, a partir del: miércoles 2 de agosto
Encontrá cada miércoles un nuevo episodio en el perfil en Spotify del Centro Cultural Borges
Episodio 1. Daniel Tognetti
Episodio 2. Natalia Vinelli
Episodio 3. Alberto Spagnolo
Episodio 4. Caren Tepp
Episodio 5. Javier Trímboli
Episodio 6. Albertina Carri
Episodio 7. Alejando Horowicz
¿Por qué la democracia como problema?
Luego de la sangrienta dictadura (1976 -1983) y la llamada “transición” de los años 80, podría creerse que la forma política parlamentaria y constitucional llevaría a abolir violencias, consolidar derechos y suscitar igualdades. El paso del tiempo, sin embargo, puso en evidencia que esto no ha sucedido, sino que se impuso la persistencia del elemento de guerra en la organización de la economía (fundamentalmente por el condicionamiento de la deuda externa), junto a la agresión neoliberal contra derechos colectivos y la escandalosa agudización de la desigualdad. La democracia persiste como forma de gobierno y como creencia compartida en una regulación no militarizada de la convivencia, pero se muestra impotente para suscitar el entusiasmo político sin el cual no es posible organizar momentos igualitarios. Cuatro décadas después del fin de la última dictadura, es posible observar la erradicación del partido militar de la vida política argentina y, a la vez, la incapacidad de superar una concepción pobre y sin espesor de la democracia.
En el presente, la democracia -esgrimida como un consenso o pacto de convivencia- se ve amenazada por la emergencia de fuerzas de ultraderecha que, en sus enunciados y sus prácticas, repudian la institucionalidad parlamentaria y sus rituales y se asumen en rebeldía contra cualquier tipo de igualdad que no sea la igualdad de mercado.
La necesidad de esgrimir la defensa de las instituciones de la democracia vuelve a estar vigente ahora como durante los años 80, con el agregado de que en el pasado las izquierdas y distintas vertientes del campo nacional-popular y progresista se percibían como antisistema o enunciaban un horizonte de ruptura frente al statu-quo, papel que ahora parece no ocupar nadie en el campo político (y razón por la cual la ultraderecha juega con ese rol). Visto de cerca, la ultraderecha no cuestiona, sino más bien defiende a ultranza el sistema imperante, entendido como peso determinante de la economía neoliberal y su modo de constituir sociedad. A su vez, la ultraderecha toma de la izquierda una estética que simula rebeldía y, de la derecha neoliberal, la custodia extrema del derecho de propiedad, a lo que agrega la violenta intolerancia a todo tipo de igualitarismo que trascienda las relaciones de producción capitalistas.
En la actualidad, entendemos que lo que ha desaparecido del juego político -o democrático- es la idea misma de revolución, emancipación o transformación profunda ya sea por desprestigio y desmigajamiento de la idea de la toma violenta del poder para cambiar el mundo, por impotencia ante el poder global del capital o, simplemente, por sumisión y resguardo del orden político tal y como lo conocemos frente a la ofensiva reaccionaria. Lo cierto es que asistimos a un período en el cual pueden gobernar los progresismos, pero se acepta explícita o implícitamente que la democracia -entendida como elección vía el voto de los gobernantes y un mínimo de división de poderes- no guarda relación necesaria alguna con el deseo de reforma social.
Desde este análisis aparece la perplejidad y la pregunta sobre qué democracia es esta que ya no se angustia por sus fracasos, que no precisa de entusiasmos para promover momentos de creatividad y justicia, y que sólo aspira al crecimiento económico según parámetros restrictivamente neoliberales. La democracia, entonces, se presenta como problema para nuestra experiencia generacional, porque desde hace 40 años vivimos en ella y hemos adherido a alguna versión de la premisa frustrada de las militancias, según la cual la democracia es la forma estatal que hace posible transformar la realidad por medio de la organización de la voluntad popular. Por el contrario, lo que vemos consolidarse en el país y en la región (más allá de las diferencias considerables de gobiernos populares y progresistas) es un patrón de subordinación al mercado mundial, con una fuerte restricción de las mayorías en la toma de decisiones, una restricción del poder estatal para articular políticas populares y una correlativa consolidación del paradigma neoliberal en las políticas públicas de inclusión, redistribución y la promoción de derechos. Incluso, reconociendo la existencia de gobiernos populares que torcieron el rumbo establecido entre los años 80 y 90, el proceso democrático de estos 40 años nos sigue interrogando por sus debilidades, limitaciones y fracasos para acceder a pisos mínimos de justicia social.
La situación es tal que, entonces, se impone partir de la democracia como problema -y no solo como solución-, es decir, formularnos preguntas lo suficientemente valientes como para enterarnos de qué esperamos realmente de la sociedad y de la política.
Sobre los responsables del Ciclo:
Diego Sztulwark: Ensayista e investigador, coordina grupos de estudio de filosofía y política. Estudió en la Facultad de Ciencias Sociales de la UBA, fue parte del colectivo Situaciones, de la editorial Tinta Limón y coeditor de la obra de León Rozitchner. Es autor de Vida de perro. Balance político de un país intenso 1955-2017: conversación con Horacio Verbitsky (Ed. Siglo XXI), y de La ofensiva sensible. Neoliberalismo, populismo y el reverso de lo político (Caja Negra Editora).
Creador del blog Lobo Suelto y columnista del programa de radio «Siempre es Hoy» en AM 530 – Radio de las Madres.
Mariano Molina: Docente y comunicador.
Licenciado en Ciencias Sociales. Se especializó en el área de la comunicación comunitaria y rural, las prácticas socioeducativas y la formación docente.
Compilador y realizador del libro Gonzalianas – conversaciones sin apuro (Editorial Colihue).
Escribió diversos artículos de opinión en el diario Página 12, Agencia Paco Urondo y La Diaria (Uruguay).
La democracia como problema
Un podcast producido por el Centro Cultural Borges del Ministerio de Cultura de la Nación, realizado en el marco del Proyecto Ballena 2023: Democracia e Imaginación Política.
Entrevistan: Diego Sztulwark y Mariano Molina
Producción: Denise Altieri
Edición de audios: Bruno Lecce